27 dic 2012

Historias injustificadas.

En una ocasión, el profesor de Comunicación Expresiva se ocultó una larga temporada en el desván del tercer piso. Lo buscaban varios polizontes por un asunto de corrupción, malversación de fondos y demás estafas propias de correccionales.
El director, una mañana casi al mediodía, se encontró a alguien idéntico al profesor. Un milagro de la naturaleza, un despropósito de la lógica, un tipo calcado a su imagen. Se decidió a seguirlo, en primera instancia porque creía que su colega había decidido marcharse, y además por una curiosidad inusitada.
Cuando escuchó su voz se extraño más, si cabe, confirmándose mentalmente que aquel ser era un doble, la repetición exacta de alguien.
La estrategia era sencilla: había que conseguir que los 'picolos' le vieran y capturaran confundiéndole con el original. Así, se distraerían, momento idóneo para que 'el otro' se fugase.
Conocerlo fue un placer porque era de una ingenuidad impropia de la madurez adulta. Se detenía con cualquier traspiés en el camino y desbordaba alegría, chorros de vida. Cualquier cosa se convertía en un pequeño mundo. Era un jodido entusiasta y acabé cogiéndole cariño. Era una réplica que encajaba mejor con mi persona, quién sabe por qué.
El día de la presentación fotográfica del centro el revuelo era muy grande. Muchos 'ires y venires', 'dimes y diretes', y a 'buenas horas mangas verdes' que no llegaban ni a pasar por la garganta, como de costumbre haciendo referencia a la singularidad del profesorado.
La copia estaba invitada, la policía también. La mezcla sería explosiva y el alboroto se aprovecharía para un fin mayor. El auténtico se enteró. Brincaba de felicidad, besaba los visillos y chupaba el suelo, de pura alegría.
Le comunicaron al auténtico que su amigo ya estaba preso y no había tiempo que perder. Tenían su documentación para respaldar cualquier escollo que surgiese, aunque no dispusieran de una dirección definida para huir.
Yo conducía el coche hacia el aeropuerto. Paramos antes en un bar para descansar y tomar decisiones pausadamente. Lo pillaron yendo al baño, dos bridas en las muñecas y un golpe seco en la nuca para contenerlo. No fui capaz de ver su rostro. Directamente cogí el auto y fui a ver al segundo, que, supongo que a mi juicio, merecía más la vida.